Sindrome de Peter Pan
Dan Kiley en su obra The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up («El síndrome de Peter Pan, la persona que nunca crece») para describir un conjunto de síntomas relacionados con un desarrollo inmaduro de la personalidad comunes en algunas personas que habiendo alcanzado la edad adulta, desean permanecer en un estado perpetuo de juventud, se niegan a asumir el paso del tiempo y mantienen un estilo de afrontamiento de los problemas desajustado al desarrollo de los ciclos de la vida. Este estancamiento de la evolución de la personalidad tiene como características principales la negación de responsabilidades y la evitación de los roles de adulto.
Aunque este síndrome carece de entidad diagnóstica al no estar recogido como trastorno psicológico codificado en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), la práctica psiquiátrica y psicológica diaria evidencia que en nuestras consultas nos encontramos con frecuencia creciente a pacientes que tienen dificultades para aceptar las emociones propias de la edad adulta y que manifiestan conductas de inmadurez psicológica, inseguridad personal, baja autoestima, dependencia emocional y miedo a ser rechazados. Es por ello que, aunque no se pueda formular como criterio diagnóstico, el conjunto sintomático que conforma ese patrón tiene una entidad suficientemente significativa para atribuirle la naturaleza de síndrome.
El perfil psicológico que caracterizan a las personas con síndrome de Peter Pan es el siguiente:
- Alto grado de necesidad y dependencia afectiva, demandando continuamente afecto, protección y la aprobación de los demás.
- Dificultades para desarrollar relaciones interpersonales estables, equitativas y simétricas, lo que se traduce en una evitación de los compromisos.
- Exceso de egocentrismo y narcisismo.
- Escasa resistencia a la frustración.
- Ausencia de capacidad autocrítica.
- Deficiente capacidad de empatía.
- Temor a la soledad.
- Utilización de estrategias de afrontamiento de los problemas de escape/evitación.
El síndrome de Peter Pan es, por consiguiente, la consecuencia de no haber completado un desarrollo psicológico adecuado. Como prototipo del mismo, de ordinario se trata de un adulto –predominan los varones sobre las mujeres– que se exhibe alegre y jovial, con notable capacidad de seducción, centrado en sí mismo, que exalta los valores sociales hedonistas y mantiene relaciones afectivas superficiales, buscando frecuentemente parejas más jóvenes aunque sin permanecer durante mucho tiempo en una relación estable. Sin embargo, esa apariencia es una barrera para protegerse de su inseguridad, del temor a la soledad y el miedo a no ser querido y aceptado por los demás, que se acompaña de importantes alteraciones emocionales como ansiedad, tristeza, baja autoestima y ocasionales cuadros depresivos.
Como sucede en la mayoría de fenómenos psicológicos, el síndrome de Peter Pan puede ser debido al efecto de múltiples factores. Entre las causas más señaladas prevalecen los desajustes en el aporte afectivo recibido durante la infancia y los sistemas educacionales familiar y escolar en los que el niño ha desarrollado su aprendizaje inicial. Así, la ausencia de un apego seguro durante los primeros años de vida, los modelos educativos muy permisos o excesivamente rígidos, una educación que no desarrolle la responsabilidad y en la que prevalezca la obtención de rápidas recompensas sin realizar esfuerzos, dificulta la adquisición de los aprendizajes que nos permiten llegar a alcanzar la maduración psicológica.
La prevención del síndrome de Peter Pan se debe realizar, por consiguiente, durante las etapas iniciales de la vida, enseñándole al niño a desarrollar de forma saludable su propia personalidad. Algunas indicaciones básicas que los padres deben tener en consideración para favorecer un desarrollo psicológico adecuado son:
- Enseñar al niño a asumir responsabilidades ajustadas a su edad.
- Establecer un vínculo de apego seguro.
- Armonizar el amor incondicional con unas pautas de conducta firmes.
- Inculcar la relación entre el esfuerzo y la recompensa.
- Dejar que tome decisiones, enseñándole a relacionar actos y consecuencias.
- Ayudar a interpretar la realidad de un modo realista.
- Educar en la empatía.
- Enseñar a tolerar la frustración.
- Desarrollar la capacidad autocrítica.
Una educación eficaz contribuirá a que el niño se convierta el día de mañana en un adulto sano, habiendo adquirido las habilidades y estrategias para alcanzar su bienestar.