Los pensamientos obsesivos
El funcionamiento normal de la mente humana genera pensamientos de forma incesante. En ocasiones esos pensamientos nos crean malestar, alteran nuestra paz interior, nos hacen sentir ansiosos, desolados, tristes, nerviosos; pensamos en cosas que preferiríamos no pensar o tenemos pensamientos que no podemos reducir a unos límites convenientes, pensamientos repetitivos o recurrentes que invaden nuestra mente.
Por otra parte, cuando tenemos un problema o una preocupación, cuando sentimos un malestar y cuando una emoción intensa nos provoca desasosiego, es habitual que nuestra actividad mental se dispare en ideas que parecen irrumpir en nuestra mente sin haber sido elegidas por nosotros, viéndonos envueltos muchas veces en un bucle de pensamientos que pueden llegar a bloquearnos y producir sensaciones de ansiedad y agobio.
El pensamiento reflexivo es reemplazado entonces por ideas –también pueden ser imágenes mentales o incluso impulsos– que no deseamos, irracionales o absurdas. Si intentamos buscar una solución que nos calme, “dejar de darle vueltas a las cosas”, encontrar la manera de distraernos, los pensamientos persistentes desafían nuestra capacidad de control y cuanto más intentamos dejarlos pasar, más intrusos se vuelven en nuestra mente.
Los pensamientos obsesivos son esas ideas repetitivas, recurrentes e involuntarias, normalmente centradas en preocupaciones, miedos y angustias, que aparecen cuando nuestro foco de atención se queda "enganchado" en un elemento real o imaginario y en el que todos los pensamientos se van trenzado alrededor de una idea.
Las causas más comunes de este tipo de pensamientos son la ansiedad y el estrés. La explicación de este proceso mental es sencilla: Cuando decidimos no pensar en algo, se genera en nuestro cerebro un dispositivo de supervisión. La solución entonces no está en darle más vueltas a nuestro malestar porque nuestro cerebro no se apacigua dándole vueltas a ideas no controlables. Por ello, hay que tener presente que cuando deseamos bloquear un pensamiento, se puede desarrollar el efecto contrario: estamos reforzándolo. Así, lo que hacemos para resolver el problema se acaba convirtiendo en el auténtico problema.
Los pensamientos obsesivos más comunes están relacionados con preocupaciones, con miedos y con el orden, aunque los contenidos pueden llegar a ser numerosos: pensamientos de tipo existencial (dudas sobre uno mismo o sobre la vida), agresivos, sexuales, conductas socialmente inadecuadas o contagios de enfermedades, entre otros.
Este tipo de pensamientos están presentes de manera esporádica en la mayoría de las personas, aunque en ocasiones se convierte en un problema que precisa de ayuda profesional.
Cómo hacer frente a los pensamientos obsesivos y persistentes
- Reconocer los pensamientos, observándolos sin intervenir en ellos, tomando distancia con los mismos. Repensar contantemente los mismos pensamientos da lugar a un proceso de reflexión circular que aumenta la permanencia de esas ideas que queremos rechazar y nos producen fatiga emocional.
- No luchar contra ellos. Aceptar el pensamiento en vez de intentar suprimirlo de nuestra cabeza, porque cuanto más tratemos de suprimirlos, más se enraízan.
- Hacer otras actividades. Centrarnos en otra tarea que requiera nuestra concentración y nos ayude a desfocalizar.
- Posponer la preocupación. Decidir que ese no es momento de darle más vueltas a ese pensamiento y posponerlo para más tarde, a una hora o a un momento que determinemos. Podemos inclusive concedernos un “período de inquietud” durante un tiempo limitado (30 minutos) para sumergirnos en esas cavilaciones.
- Relativizarlos. Puede preguntarme: ¿realmente me identifico con ellos? ¿Hasta qué punto dicen “la verdad” sobre mí o sobre mis intenciones?
- Hacer ejercicio físico, que nos sirven para liberar endorfinas y descargar tensiones.
- Practicar técnicas de relajación o mindfulness.