Límites, normas y rutinas como pilares de la educación
Sin embargo, no existen fórmulas mágicas para ser un buen padre o una buena madre ni recetas que sirvan para todos los padres ni para todas las situaciones. El ideal de esa tarea sería que el niño muestre un comportamiento ajustado y el propósito último que se convierta en adulto feliz.
Las funciones de padre y madre vienen definidas por los valores y necesidades de una sociedad determinada. En el pasado, la comunidad, la familia, la religión, la nación o la autoridad eran pilares sólidos. El estilo educativo en nuestra sociedad ha pasado a lo largo de las últimas décadas de una situación de disciplina exagerada-represora al extremo opuesto, en el que casi todo está permitido y donde los padres muchas veces se convierten en “colegas” de sus hijos, circunstancia que ha tenido como efecto la frecuente equiparación de términos como "disciplina" y "autoridad" con “castigo” y “represión”. Sin embargo, para educar a los hijos es necesario, además de procurarles atención y afecto, establecer normas y límites ajustados a la edad del niño, y el método para conseguirlo no es otro que la autoridad. Autoridad viene de augeo: ayudar a hacer crecer, esto es, autoridad y auge vienen a ser lo mismo.
Aunque, como decíamos, no se pueden formular recetas educativas universales, el consenso entre los especialistas es generalizado a la hora de establecer los pilares básicos de la educación:
- Afecto: Hacer que los niños se sientan queridos y cuidados.
- Establecer una buena comunicación.
- Definir normas y límites.
- Promover la autonomía para favorecer un comportamiento independiente y responsable.
Desarrollarse como una persona adulta responsable y autónoma le lleva al niño primero y al joven más tarde a la exploración, experimentación y el cuestionamiento de reglas y fuentes de autoridad. Es así que muchas familias se sienten confundidas y se quejan de la pérdida de autoridad. Como reacción, los padres pueden adoptar estilos educativos inapropiados –autoritario, permisivo o un estilo indiferente–. Lo que define nuestro estilo educativo es la forma que tenemos de ejercer la autoridad.
Una labor educativa fundamental de los padres es enseñar al niño el control del comportamiento. En esa tarea es preciso no caer en el autoritarismo de otras épocas, pero tampoco en la negligencia. Los niños necesitan que los padres les pongan límites para que ellos puedan crecer respetando a las otras personas, lo que les va a permitir adaptarse mejor a las normas y límites sociales en su vida social y adulta.
Un límite es una frontera que contiene la conducta y permite delimitar, organizar y proteger; por este motivo, son importantes para el desarrollo y evolución del niño ya que les aportan seguridad y protección, además de facilitar la adquisición de buenos hábitos. Sin embargo, el procedimiento de establecer normas y límites no es inamovible pues deben irse ajustando a las circunstancias cambiantes como el crecimiento físico, la maduración intelectual y afectiva y las nuevas condiciones de la vida familiar.
Ahora bien, la pregunta es a qué edad se debe empezar a establecer normas y límites. Los expertos recomiendan establecer normas cuanto antes con objeto de ir afianzando en el niño los prerrequisitos necesarios para su aprendizaje. Por lo tanto, los padres deben comenzar a transmitir normas de conducta y límites desde muy temprano.
El niño es capaz de "comprender” una prohibición" hacia los 12/15 meses. Durante los primeros años de vida, no puede entender las verdaderas relaciones entre causa y efecto, pero desde una edad precoz empieza a hacer uso de un pensamiento rudimentario que le permite darse cuenta de que es un ser diferenciado con voluntad propia (aparición del NO, del MIO, del YO). Es por ello que en esta etapa inicial –que comprendería los 3 primeros años de vida– las normas y los límites deben asentarse en rutinas, esto es, en maneras sistemáticas de llevar a cabo las tareas.
Esas rutinas son fundamentales para llegar a establecer posteriormente las normas, siendo importante ya desde un primer momento fijar y respetar las rutinas, así como las pautas asociadas a hábitos (alimentación, higiene, sueño, etc.). Si acostumbramos al niño a que siga siempre una secuencia de acción (con la comida, con el baño, con el juego) es más fácil que adquiera esa rutina e integre el comportamiento de una forma natural, por lo que estará mejor dispuesto a realizar esas actividades, al mismo tiempo que posibilitamos que estas secuencias se vayan haciendo cada vez más complejas.
Debemos insistir en la importancia que tiene mantener de forma persistente y repetitiva estas rutinas para enseñar al niño un comportamiento adecuado. Pero no es suficiente con ser persistentes y repetitivos, también es necesario que los padres establezcan unas normas claras de comportamiento, así como también que las normas sean fijas, consistentes y predecibles.
El niño debe tener claro que no puede hacer lo que quiera, que existen límites que no puede superar y normas que debe cumplir para su bienestar y para el de los demás. Esto redundará en que tenga un buen comportamiento, una autoestima sana y una actitud responsable.