La frustración como factor educativo en el proceso de aprendizaje infantil
El miedo a que lo pasen mal hace que muchas veces adopten una actitud hiperprotectora para que no experimenten emociones desagradables. La labor de cuidado y crianza no puede eludir, sin embargo, aquellos aspectos relacionados con el aprendizaje de destrezas y habilidades para que los hijos puedan protegerse y salir adelante por sí mismos en las situaciones adversas, desarrollando la capacidad de soportar las desilusiones, contrariedades y decepciones que se les presenten y también afrontar los tareas u obligaciones que requieren esfuerzo.
Los niños –expresa José Antonio Marina– viven sometidos al principio del deseo. Durante los primeros años de vida, es normal que piensen que el mundo gira a su alrededor, que todo lo merecen y que pueden conseguirlo en el momento en que lo piden. El problema surge cuando existe una desconexión entre los deseos y la realidad.
Un fallo educativo muy común en algunos padres es no tener en cuenta que un aspecto inherente a la vida humana es que hay situaciones de insatisfacción, que es imposible lograr todo aquello que uno desea y en el momento en que se quiere. En ocasiones es necesario decir “no” a los hijos, permitir que se enfrenten a emociones desagradables y que sufran algún tipo de frustración.
La frustración es un sentimiento que todo ser humano experimenta en algún momento de la vida. Es una respuesta emocional que se presenta cuando un deseo o una necesidad no pueden satisfacerse. Surge de la percepción de resistencia al cumplimiento de la voluntad, cuando las expectativas de poder conseguir algo no se ven satisfechas.
Factores relacionados con el nivel de tolerancia a la frustración
Parece existir un consenso generalizado en destacar dos tipos de variables que influyen en el nivel de tolerancia a la frustración: causas biológicas individuales (grado de madurez, impulsividad, exigencia, etc.) y factores educativos, sociales y familiares que interactúan con las primeras. Sin embargo, los expertos destacan que de todas las variables anteriores, los estilos educativos de los padres son los que habitualmente más importancia e influencia tienen en el nivel de tolerancia a la frustración de los hijos. Así, unos padres sobreprotectores o excesivamente exigentes limitarán el desarrollo de las habilidades y capacidades para que su hijo pueda enfrentarse a las situaciones y experiencias conflictivas.
Consecuencias
La frustración puede presentarse de diferentes formas, si bien la más común es aquella que se origina cuando un obstáculo nos impide alcanzar una meta. Los padres deben educar a los hijos en la realidad de la vida y prepararles para afrontar los problemas. «Tienen que aprender –escribe José Antonio Marina– las prohibiciones de la realidad, las frustraciones que invariablemente van a aparecer».
Cuando se les educa acostumbrándolos a conseguir todo lo que quieren, los niños acaban por no soportar la frustración; crecerán sin aprender el valor de la motivación intrínseca y la autodisciplina para conseguir los objetivos. Además de inculcarles la cultura del esfuerzo, experimentar cierto grado de frustración también favorece que los niños puedan comprender que el mundo no gira exclusivamente en torno a su ego y para enseñarles el respeto hacia los demás.
«Los adolescentes y jóvenes –expresa la psicóloga María Jesús Álava Reyes, profesora de la Universidad Complutense de Madrid– cada vez tienen menos recursos ante la vida… rindiéndose a las dificultades, con poca resistencia a la frustración ya que no los hemos preparado para luchar en condiciones de adversidad».
Es la consecuencia de lo que el profesor Marina define como vulnerabilidad aprendida, que a su juicio nace de un fallo educativo que favorece la baja tolerancia a la frustración (LFT) y que está en el origen de numerosos problemas psicológicos y conductuales.
La profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca, Pilar Quiroga llama la atención sobre un fenómeno que denomina patrón de desamparo, que es la «reacción infantil por la cual los niños eligen tareas ridículamente sencillas en vez de aquellas que supongan un reto, ya que ven el fracaso como una condena a su valor; la causa sería que los niños copian el modelo que se les impone de hijos perfectos, donde se valora por encima de todo los resultados». Según esta autora, «entre un tercio y la mitad de los niños muestran este patrón, lo cual nos está señalando lo poco valorados que se sienten cuando no responden a las expectativas escolares o familiares».
Qué hacer
· Los padres tienen que aceptar que la frustración es un sentimiento normal durante el desarrollo infantil y que la frustración hará emerger ciertas respuestas a nivel conductual en forma de rabietas, quejas, llantos, gritos, comportamientos oposicionistas y otras respuestas similares. En esos momentos, tienen que saber mantener la calma para ser capaces de tolerar estas manifestaciones sin negarles el apoyo, sin reñirles ni castigarles.
· La familia es el mejor contexto para aprender a sufrir y tolerar las frustraciones. El Doctor en Psicología de la Salud y neuropsicólogo Álvaro Bilbao expresa a este respecto que «los niños aprenden a regular sus emociones, el enfado, la ira, la frustración, y a expresar esas emociones a través de los modelos que ven en sus padres. Si cuando nuestro hijo está enrabietado nosotros nos enrabietamos con él, pues él aprende que cuando uno se frustra se enrabieta. Si cuando nuestro hijo se equivoca nosotros nos enfadamos, pues el niño aprende que las equivocaciones son un desastre y, por lo tanto, va a dramatizar más».
· Como consecuencia de lo anteriormente expresado, los padres deben permitir que el niño se equivoque, dándole la oportunidad de hacer las cosas y tomar decisiones por sí mismo en función de su nivel de desarrollo.
· También deben enseñarle a prestar atención al proceso para lograr un objetivo, valorando el esfuerzo sin centrarse exclusivamente en los resultados.
· Es igualmente muy importante desarrollar y construir en los hijos desde pequeños una buena autoestima para que sean capaces de encajar una frustración cuando se presente.
· Para ello es imprescindible que los padres potencien las habilidades emocionales de los hijos, enseñándoles a reconocer las emociones en sí mismos o en otros, expresándolas, aceptándolas, comprendiéndolas, regulándolas, empatizando y aprendiendo a remontar la frustración.
«La educación –dice Javier Urra– no consiste solamente en adquirir títulos… encajar una frustración es también parte fundamental de su formación…».
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