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El valor de la soledad en la cultura digital

20 de junio de 2019
El  valor de la soledad en la cultura digital

La cultura digital se ha convertido en algo vital en nuestras vidas. Internet, el teléfono móvil y las redes sociales nos ofrecen nuevas oportunidades en el ámbito de la información, la comunicación, las relaciones humanas, la economía o la educación, entre otros muchos contextos. Es indudable que han supuesto un importante avance en el desarrollo de nuestra sociedad y que los beneficios que nos deparan son extraordinarios. Al mismo tiempo, su impacto en la vida de las personas es cada día mayor, habiendo introducido cambios que afectan no solo a  nuestra forma de vivir y de comunicarnos, sino también a la forma de sentir y comportarse.

No es exagerado afirmar que los hábitos cotidianos de la mayoría de las personas están condicionados por el móvil. Cuando estamos solos –y también cuando no lo estamos– nos pasamos el día atentos al móvil y a las redes sociales: caminado por la calle o practicando deporte, mientras acompañamos a los hijos al parque, sentados ante la televisión, durante los tiempo de espera en cualquier situación (parada de autobús, la consulta del médico, el semáforo en rojo…). La consultora Oracle Marketing Cloud afirma que en España cada persona consulta su móvil un promedio de 150 veces al día; otro estudio realizado por la revista científica PLoS ONE afirma que la gran mayoría de las personas utilizan el teléfono casi el doble de lo que creen o reconocen.

No sabemos o somos incapaces de compartimentar el tiempo que dedicamos al teléfono móvil. No solo nos estamos haciendo dependientes del móvil, sino que también somos incapaces de estar en soledad. Y la paradoja que es que el uso del móvil y las redes sociales nos quita soledad pero al mismo tiempo nos aíslan de los demás porque estamos prestando más atención a la vida digital que a la vida real.

Al mismo tiempo, nos estamos volviendo adictos a la inmediatez. No sabemos dejar una conversación de Whatsapp para más tarde, necesitamos prestar atención inmediatamente a cualquier aviso que nos llegue, sentimos un impulso irrefrenable en compartir sin tardanza la instantaneidad, la ocurrencia del momento, lo que nuestros ojos ven, la experiencia que estamos viviendo, las fotos o vídeos que acabamos de realizar.

Desde distintos ámbitos del pensamiento y de la investigación científica se nos alerta sobre sobre los efectos deshumanizadores que comporta la revolución digital. Y, de forma simultánea, se reivindica el valor de la soledad como una necesidad frente al uso desmesurado de las tecnologías móviles. La socióloga y psicóloga norteamericana Sherry Turkle, que lleva treinta años investigando sobre los efectos de las nuevas tecnologías en la sociedad, afirma que debemos volver a poner en valor la soledad para hacer frente al estado de  constante conexión en el que vivimos sumergidos: «Tenemos que volver a aprender el valor de la soledad. Ya no sabemos estar solos, y la soledad es importantísima. Es necesaria para reflexionar, para concentrarse, para retener conocimientos, para conocernos… Nuestro uso compulsivo de los teléfonos móviles y de los ordenadores responde a nuestra incapacidad de estar solos».

Ahora bien, entiéndase que no se habla de apartarse de la vida social, de aislarse de los demás. Sherry Turkle propone mantener una relación sana con los dispositivos electrónicos, concediendo primacía a la relación humana frente a las relaciones del universo digital. Para ello es indispensable reducir los espacios y los momentos de interacción del ser humano con la tecnología para impedir que lo invada todo.

El uso del móvil y de las redes sociales puede ayudarnos a enriquecer las interacciones personales y a disminuir la soledad, pero también puede favorecer la deshumanización. «Toda tecnología es a la vez un lastre y una bendición; no una cosa o la otra, sino una cosa y la otra», afirmaba Neil Postman.

Tenemos que volver a aprender el valor de la soledad. Desconectarnos de las tecnologías distrayentes para comunicarnos con nosotros mismos. Desintoxicarnos de un mundo repleto de estímulos y reclamos que diluyen nuestra atención. Dedicarnos un momento a estar tranquilo, sosegado y en soledad. No renunciar al placer de experimentar las sensaciones que nos depara la inactividad durante esos pequeños momentos en los que podemos sentirnos libres de obligaciones. Tomarse un café experimentando el sabor del instante sin tener que hacer nada más, solo estar presentes donde estamos. Hacer tiempo mientras llega la persona con la que hemos concertado una cita observando el mundo y la vida que transcurre ante nuestros ojos, en lugar de ocupar esos momentos conectados a las redes sociales, escuchar música, ver videoclips, buscar información, consultar una app de previsión meteorológica, visitar el perfil de uno de nuestros contactos, chatear…, todas esas rutinas que nos tienen atrapados en una hiperactividad permanente ante las pantallas y que el neurólogo y neurocientífico Facundo Manes, autor de ‘El cerebro del futuro’, denomina ‘la contaminación digital’.

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