El espacio personal en las relaciones de pareja
El estado emocional en la fase de enamoramiento se caracteriza por la sensación de alegría, plenitud y satisfacción. Estamos en un momento de idealización del otro, con toda la atención puesta en las cosas que se tienen en común y en los aspectos positivos de la persona amada. Tenemos la impresión de que todo cuadra a la perfección. Pensamos constantemente en la otra persona y exhibimos un permanente deseo de estar continuamente a su lado. También experimentamos una desconexión con la propia necesidad junto con el deseo de agradar al otro.
Con carácter general, la duración de esta fase puede variar entre uno y tres años. Después la relación amorosa evoluciona como cualquier otro proceso que perdure en el tiempo y se llega a una fase de cotidianidad. La bioquímica cerebral experimenta entonces una disminución de las hormonas del deseo y de serotonina, la llamada “hormona de la felicidad”, y un aumento de oxitocina, la hormona responsable de crear apego y fidelidad con la pareja.
Al finalizar la fase de enamoramiento cada una de las personas empieza a diferenciarse, haciéndose evidente que hay aspectos distintivos en cada una de ellas. Como consecuencia de esto se produce una reorientación de la atención y la búsqueda de estimulación en fuentes distintas de la relación: la persona amada ya no lo es todo, no todo lo llena, existen obligaciones del mundo real, una esfera personal en la que están las amistades, los hobbies…
Algunas personas sin embargo necesitan vivir en una simbiosis permanente, piensan que es indispensable hacerlo todo en común e ignoran dejarle al otro un espacio de intimidad personal. Muchos de los problemas en las relaciones de pareja derivan de las dificultades para satisfacer las necesidades psicológicas básicas para alguno o ambos miembros asociadas a la idea errónea de que la pareja debe comportarse siempre como un todo indisoluble.
La necesidad permanente uno del otro, la búsqueda de la proximidad como refugio emocional, nos indica un patrón o estilo de apego inseguro, que condicionará la manera de relacionarse, sentir y pensar. Esta tipo de vinculación conduce a relaciones insanas, disfuncionales y relaciones de dependencia, en la que un yo incompleto busca en el otro o la otra la plenitud de su ser, según la expresión utilizada por la profesora de la Universidad de Oviedo Soraya Calvo. Algo que caracteriza a personas inseguras o inestables, con miedo a no ser amadas o a ser abandonadas, que necesitan que les confirmen continuamente que se las quiere.
Las relaciones de pareja sanas se fundamentan en un vínculo sólido y estable que reconoce la interdependencia mutua. Cada una de las personas tiene su espacio individual, independiente, que les permite desarrollar los intereses personales, y al mismo tiempo despliegan un espacio interpersonal de pareja donde encontrarse, pasar tiempo juntos, compartir y disfrutar experiencias positivas y gratificantes. Según el psicólogo clínico Frank Tallis, “la clave de toda pareja feliz radica en el manejo de las distancias. No tanto lo cerca que queramos estar como lo lejos que podamos permanecer manteniéndonos unidos”. En definitiva, de lo que se trata es de poder desarrollar un vínculo profundo y mutuamente satisfactorio que permita las necesidades de individuación, o como expresa el profesor de la Universidad de Málaga Luis Ayuso, sociólogo especializado en investigaciones sobre familia y pareja, “el amor más individualista que tiene más la unión de dos yo que una unidad comunitaria”.