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Aprender a aceptar

10 de febrero de 2020
Frustración

En numerosas ocasiones nos encontramos ante situaciones a las que preferiríamos no tener que enfrentarnos. Muchas realidades que acontecen a nuestro alrededor nos gustaría poder cambiarlas, tanto de los demás como de nosotros mismos o de nuestro entorno: algo que no me interesa, no me conviene o no satisface completamente mis necesidades; lo que hicimos o dejamos de hacer, lo que otros han hecho, un suceso indeseado, una experiencia dolorosa, lo que nos resulta molesto, aburrido o irritante.

Así, uno de los motivos más frecuentes de malestar y sufrimiento que nos aquejan es el deseo de que las cosas –las circunstancias, las personas, la vida…– sean distintas a como realmente son. Es como si activáramos el mecanismo que suprime el pensamiento lógico y ya no fuéramos capaces de comprender que las cosas suceden independientemente de nuestra voluntad, que lo que apetecemos puede tardar en llegar más de lo que desearíamos, que no todo se puede llegar a explicar; manifestamos intolerancia a las desilusiones, a la tristeza, por cualquiera de las experiencias dolorosas que no podemos eludir.

No aceptamos que es imposible tratar de vivir sin emociones negativas, que los sentimientos desagradables (miedo, tristeza, preocupación, frustración, ansiedad, estrés, disgusto, vergüenza…) forman parte de la vida y son tan naturales como la alegría, la felicidad, el bienestar, la satisfacción, el gozo o el entusiasmo.

Cuando nos resistimos a aceptar una situación que no podemos cambiar y nos esforzamos en poder conseguir el propósito que se escapa a nuestro control, experimentamos intensos sentimientos de frustración y entran en juego emociones como la tristeza, la angustia y la rabia.

La negativa total a experimentar sentimientos, pensamientos o emociones que son desagradables, la lucha por desterrar la experiencia emocional aversiva, provoca que se acreciente y que el malestar termine haciéndose crónico. Las emociones no son el enemigo que hay que combatir; es conveniente experimentarlas con total libertad y ponerles un nombre. Saber cómo nos sentimos con respecto a un problema que tenemos delante nos proporcionará una ventaja porque nos permitirá asumir una actitud más objetiva frente al mismo.

Nuestras emociones, sentimientos y estados de ánimo no tienen tanto que ver con lo que nos sucede como con la interpretación que hacemos de lo que nos pasa. «El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional», dice Haruki Murakami. Se trata de modificar nuestra manera de pensar y de interpretar las cosas (esquemas cognitivos) del modo más adaptativo posible.

Aceptar lo que no depende de uno mismo, las cosas que no podemos modificar o cambiar, las imperfecciones propias y ajenas, no significa que debamos recrearnos en determinadas emociones. Los discursos internos relacionados con lo injusta que es la vida y con lo que no se merece pero nos ha tocado solo nos llevarán a la infelicidad.

Aceptar no es resignarse ni ser indiferentes. Resignarse es sufrir una situación molesta porque no nos queda más remedio, procurando llevarlo lo mejor posible y soportando lo que nos ha tocado vivir. Aceptar tampoco significa que nos tenga que gustar aquello que aceptamos. No es conformarse con «esto es lo que me ha tocado, qué le voy a hacer».

La aceptación se fundamenta en la comprensión de las leyes que rigen la existencia. Aceptar es admitir que las cosas son como son y no como queremos que sean. Es reconocer la realidad, no renunciar a cambiar las cosas: podemos acoger la vida como se nos presenta, y a la vez emprender las acciones que nos lleven a superar la situación, buscar soluciones.

El psiquiatra austríaco Viktor Emil Frankl, en El hombre en busca de sentido, donde narra las experiencias que había vivido como prisionero en el campo de concentración de Auschwitz., escribió: «Cuando ya no podemos cambiar una situación nos encontramos  ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos».

En nuestro gabinete de psicología en León te ayudamos a gestionar las frustraciones, tristeza, angustia y/o rabia. Llámanos o ven a vernos.

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