¿Es posible cambiar?
Mejorar en mi relación de pareja, tomarme la vida con más filosofía, evitar que las emociones me desbaraten, tener menos impulsividad, ser menos ansioso o menos obsesivo, desear que la tristeza, la inclinación a la negatividad o las experiencias desagradables no empañen mi vida… Por motivos y circunstancias diversas, muchas personas desean cambiar aspectos de su forma de ser o ciertos rasgos de personalidad que les están perjudicando en diferentes áreas de su vida y alteran su estabilidad mental y emocional.
En algunos casos somos conscientes de lo que nos daña o lo que deteriora nuestras relaciones; otras veces sabemos que algo no funciona, que algo nos hace sentir mal, pero no alcanzamos a identificar dónde está el problema, aunque desearíamos algún cambio que nos ayudara a mejorar nuestro bienestar personal.
Las preguntas que surgen entonces son: ¿Somos como somos de por vida o es posible cambiar? ¿Es nuestra personalidad inalterable? ¿Hasta qué momento de nuestras vidas podemos cambiar nuestra forma de ser? ¿Cómo puedo cambiar?
La personalidad es el conjunto de rasgos y características que configuran la manera de ser y de relacionarse. También es resultado del conjunto de nuestros pensamientos, sentimientos, actitudes, juicios, creencias y hábitos.
La personalidad viene determinada en parte por la herencia y se forma básicamente en la infancia, aunque las interacciones con el ambiente y el contexto que nos rodea intervienen igualmente en su configuración, siendo especialmente significativos factores como aprendizajes, traumas y experiencias vitales.
Gracias a los avances de las neurociencias sabemos que una de las cualidades fundamentales de nuestro cerebro es su capacidad plástica, que cambia y se transforma con cada experiencia en un proceso dinámico a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, más que cambiar la personalidad, se pueden cambiar algunos rasgos que la definen, esto es, la tendencia a comportarnos de una forma determinada en distintas situaciones.
Lo que nos lleva pensar, sentir y actuar de un modo concreto suele responder a unos patrones que tenemos profundamente arraigados, lo que puede generar una gran resistencia al cambio. Estas resistencias obedecen a causas diversas: somos reacios a cambiar porque vivimos atrapados en un bucle repetido de conductas, creencias y afectos que constituyen nuestra zona de confort; también, porque tenemos una tendencia al autoengaño, aceptando como verdad una realidad falsa sin ser conscientes de ello (Qué quieres que haga, yo siempre he sido así, a estas alturas de mi vida ya no voy a cambiar…) pero que nos sirve para justificarnos; en algunos casos tiene su origen en un bloqueo emocional como consecuencia de algún suceso acontecido en la infancia o alguna experiencia traumática de nuestro pasado. Otro factor a tener en cuenta es el momento vital (es más fácil cambiar con treinta años que con sesenta)
En todos nosotros existe la posibilidad de establecer cambios en nuestra forma de pensar, sentir y actuar cuando nos llevan en una dirección no deseada y entorpecen nuestro bienestar. La posibilidad de cambiar está presente, además, en cualquier momento de nuestra vida. Sin embargo, no existen fórmulas que nos permitan desarraigar o transformar lo que hace que nos comportemos de una cierta manera. Puede hacerse sin ayuda profesional si tenemos disciplina, compromiso y actitud para enfrentarnos al reto de cambiar. Cuando no lo podemos conseguir por nosotros mismos, una buena opción es buscar ayuda profesional. En cualquier caso, debemos tener presente que el cambio no es algo mágico. Ningún cambio se produce de repente. No basta con desearlo para que se manifieste espontáneamente sin más. Y también debemos ser conscientes de que no podemos cambiar los sucesos de nuestra infancia ni las experiencias traumatizantes de nuestro pasado, aunque sí podemos cambiar la huella que han dejado en nosotros.
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Ana Hurtado de Mendoza. Psicólogos en León.
